Mirar

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Dibujo de Elena Cardoso

domingo, 3 de octubre de 2010

My name is Khan (India 2010)


Guión: Shibani Bathija, Niranjan Iyengar

Dirección: Karan Johar

Reparto: Shahrukh Khan, Kajol, Christopher B. Duncan, Steffany Huckaby, Carl Marino

Nació y creció siendo un musulmán en India, como eso no era suficiente para generar prejuicios, también sufría del mal de Asperger, lo que le proporcionó una impresionante inmadurez emocional que le impedía establecer contacto con sus seres queridos. Parecía retardado, pero estaba muy lejos de serlo, por eso su madre luchó para que se educara y buscó un buen maestro para que cultivara sus talentos e hiciera florecer su inteligencia, lo cual consiguió, Khan era capaz de reparar cualquier cosa, lo que le permitió ganarse la vida y conseguir el aprecio de sus vecinos. Pero la madre de Khan muere y su único hermano vivía en Estados Unidos, por lo que decidió viajar hacia la tierra prometida, donde consigue trabajo, desenvolverse con soltura y el amor de una bella mujer india, que lo acepta con su hándicap.

Ellos forman una hermosa familia, a pesar de los prejuicios contra los musulmanes, logran integrarse a su comunidad y consiguen la aceptación de sus vecinos hasta que ocurre el atentado a las torres gemelas en Nueva York.

Este hecho cambia dramáticamente la historia y muestra la otra cara del imperio del norte, la violencia, el resentimiento y los prejuicios contra los inmigrantes. Desde ese momento la historia se vuelve en extremo dramática, pero su hermosa fotografía, el impecable manejo de cámara y los planos innovadores me soldaron al asiento, durante casi tres horas ¿Es mucho? No, la historia está bien contada y las actuaciones sumamente realistas. Evidentemente, es un producto de Bollywood para la exportación hacia occidente. Dudo que la estrenen en Cines Unidos, pero vale la pena buscarla por Internet o en algún proveedor serio de películas.

Impecable e infaltable.

Las películas que me han marcado

Cuando me preguntan cuál es mi película preferida, casi nunca sé qué responder, la única certeza que tengo en relación al cine son los momentos de las películas que me han marcado. No importa el género, si son independientes, hollywoodenses, chinas, indias o europeas, si son taquilleras, un fracaso o un sólido intento. Tampoco importa el idioma o si son silentes, sólo importa el momento, ese momento mágico de la película que me atrapa para siempre, ya que en cualquier momento asalta mi memoria, me produce cierto mareo y se convierte en un punto de referencia, para películas sucesivas y para mi vida.

Crecí bajo la égida de las películas de Disney, de las muchas que he visto en todos mis años, el momento que viene inmediatamente a mi memoria es cuando Mickey Mouse lucha con un balde y un trapeador en El Aprendiz de Brujo, incluso cuando me encuentro en algún apuro doméstico, enseguida la melodía de Paul Dukas asalta mi memoria haciéndome sonreír. En mi casa veía todas las películas posibles, desde Rocío Durcal y Marisol cantando en el casto cine español de la era franquista hasta las infaltables rancheras de Pedro Infante y Jorge Negrete.

Luego vinieron otras marcas, como cuando Jackie Cooper corre para esquivar al policía en El Chico de Charlie Chaplin, esa escena me provoca el regocijo que produce desafiar cualquier tipo de autoridad. Pero la marca que más profundamente se arraigó desde mi infancia fue la que me dejó la película Tiburón, todavía cuando miro a ras del agua en la playa en mi memoria suenan los acordes de la genial música de John Williams, pom, pom, pom, pom…po, po, poom. ¡Uy! Se me eriza la piel de las piernas cada vez que estoy nadando en el mar y la recuerdo, es una marca indeleble.

En mi primera juventud el cine comenzó a marcarme cuando me tomó por asalto la caminata de Jonh Travolta por una calle de Nueva York al ritmo de los Bee Gees, dándome una perspectiva diferente de mi vida y de la forma en que se podía asumir la juventud. La secuencia en donde Rocky sale a correr en una mañana gris, tan opaca como su vida, me mostró que la vida cambia cuando decides otros caminos. El momento en que Mike Corleone cometió su primer asesinato me mostró que, muchas veces, sólo tienes que cumplir con tu deber y que por mucho que lo esquives siempre te alcanza. Indiana Jones corriendo de una inmensa bola de piedra en una trampa maya me marcó tan profundamente que todavía es mi personaje favorito de aventuras.

En mi segunda juventud, el cine me marcó aun más profundamente, cuando descubrí los martes selectos en el cine La Viña y me di cuenta de que había otro cine más allá de Hollywood. Ese desolado desfile del circo ambulante en El Séptimo Sello, mientras la negra muerte con su guadaña le pisa inmisericorde los talones. La desbocada idea de Fitzcarraldo de llevar un barco de vapor a través de la selva, el insoportable tormento de Robert Powel en Más allá del bien y del mal, de la italiana Liliana Cavani. Los coqueteos con la homosexualidad de Querelle del alemán Fassbinder. Las oníricas películas de Fellini, desde Amarcord, pasando por 8 y ½ y La Dolce Vita. El neorrealismo de Rosellini, De Sica y Visconti, me dejó ver una realidad europea que nunca imaginamos, rodeada de pobreza y desesperanza. Entre El Perro Andaluz y Los Olvidados de Buñuel, me mostraron un mundo inédito y desconocido. Las películas de Monty Python y Terry Gillian cambiaron mi realidad, haciéndola más crítica quizás, pero también más analítica con un humor más ácido, pero más accesible .

La marca que el cine ha dejado en mí se metió onda en mi intelecto, en mi gusto y en mi comprensión del mundo, en mi forma de mirar las realidades, en mi forma de percibir los sentimientos y de juzgar los actos humanos. El séptimo arte, abrió un surco entre lo que me enseñaron a mirar mis mayores y lo que me enseñó a mirar el cine marcándome para siempre.

Carelia Rivas Pérez, Caripe.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

MIrar la vida

Mirar la vida

Al abrir los ojos el mundo entra oficialmente en nosotros y nosotros entramos oficialmente al mundo y, por ende a la vida. Al nacer vemos el mundo con ojos nuevos, con todos los sentidos preparados para apreciar lo qué pasa a nuestro alrededor, es más tarde, cuando hemos aprendido ciertas cosas que comenzamos a mirar. Vemos con el sentido de la vista, pero miramos con la unión de todos los sentidos, analizando desde nuestras propias experiencias, aprendizajes e intuiciones para comprender lo que nos rodea.

Cuando miramos, lo hacemos desde nuestros prejuicios, desde nuestros miedos, desde nuestros sentimientos. Miramos desde las enseñanzas de nuestras abuelas, de nuestros abuelos, de nuestros padres, tíos, hermanos, maestros. Podemos mirar aunque seamos ciegos y no podamos ver. Mirar es un maravilloso descubrimiento de las cosas que no conocemos, es imprescindible para solucionar problemas y develar misterios. Ver es igual para todos, sencillamente registramos datos, pero esos datos sólo los discriminamos cuando miramos.

Siempre miramos desde nuestra propia percepción del mundo, creada por nuestras creencias y valores, algunos inculcados cuidadosamente desde la infancia, otros adquiridos a lo largo de nuestra existencia, incluso podemos mirar con nuestros otros sentidos, como cuando sentimos una superficie suave, o escuchamos el sonido de la lluvia, u olemos un delicioso aroma o probamos una comida sabrosa.

En resumen, mirar es apropiarse del mundo que entró en nosotros cuando abrimos los ojos por primera vez. Mirar es una eterna sumatoria de todo lo que nuestros ojos ven, y nuestros otros sentidos sienten, los rostros, las actitudes, los libros, las películas, las pinturas, las obras teatrales, las fotografías, las comidas, los vinos e incluso la música que escuchamos que, a veces, también se puede ver, entonces mirar es el oficio que hace que nos apropiemos de la vida y la hagamos nuestra.