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Dibujo de Elena Cardoso

domingo, 3 de octubre de 2010

Las películas que me han marcado

Cuando me preguntan cuál es mi película preferida, casi nunca sé qué responder, la única certeza que tengo en relación al cine son los momentos de las películas que me han marcado. No importa el género, si son independientes, hollywoodenses, chinas, indias o europeas, si son taquilleras, un fracaso o un sólido intento. Tampoco importa el idioma o si son silentes, sólo importa el momento, ese momento mágico de la película que me atrapa para siempre, ya que en cualquier momento asalta mi memoria, me produce cierto mareo y se convierte en un punto de referencia, para películas sucesivas y para mi vida.

Crecí bajo la égida de las películas de Disney, de las muchas que he visto en todos mis años, el momento que viene inmediatamente a mi memoria es cuando Mickey Mouse lucha con un balde y un trapeador en El Aprendiz de Brujo, incluso cuando me encuentro en algún apuro doméstico, enseguida la melodía de Paul Dukas asalta mi memoria haciéndome sonreír. En mi casa veía todas las películas posibles, desde Rocío Durcal y Marisol cantando en el casto cine español de la era franquista hasta las infaltables rancheras de Pedro Infante y Jorge Negrete.

Luego vinieron otras marcas, como cuando Jackie Cooper corre para esquivar al policía en El Chico de Charlie Chaplin, esa escena me provoca el regocijo que produce desafiar cualquier tipo de autoridad. Pero la marca que más profundamente se arraigó desde mi infancia fue la que me dejó la película Tiburón, todavía cuando miro a ras del agua en la playa en mi memoria suenan los acordes de la genial música de John Williams, pom, pom, pom, pom…po, po, poom. ¡Uy! Se me eriza la piel de las piernas cada vez que estoy nadando en el mar y la recuerdo, es una marca indeleble.

En mi primera juventud el cine comenzó a marcarme cuando me tomó por asalto la caminata de Jonh Travolta por una calle de Nueva York al ritmo de los Bee Gees, dándome una perspectiva diferente de mi vida y de la forma en que se podía asumir la juventud. La secuencia en donde Rocky sale a correr en una mañana gris, tan opaca como su vida, me mostró que la vida cambia cuando decides otros caminos. El momento en que Mike Corleone cometió su primer asesinato me mostró que, muchas veces, sólo tienes que cumplir con tu deber y que por mucho que lo esquives siempre te alcanza. Indiana Jones corriendo de una inmensa bola de piedra en una trampa maya me marcó tan profundamente que todavía es mi personaje favorito de aventuras.

En mi segunda juventud, el cine me marcó aun más profundamente, cuando descubrí los martes selectos en el cine La Viña y me di cuenta de que había otro cine más allá de Hollywood. Ese desolado desfile del circo ambulante en El Séptimo Sello, mientras la negra muerte con su guadaña le pisa inmisericorde los talones. La desbocada idea de Fitzcarraldo de llevar un barco de vapor a través de la selva, el insoportable tormento de Robert Powel en Más allá del bien y del mal, de la italiana Liliana Cavani. Los coqueteos con la homosexualidad de Querelle del alemán Fassbinder. Las oníricas películas de Fellini, desde Amarcord, pasando por 8 y ½ y La Dolce Vita. El neorrealismo de Rosellini, De Sica y Visconti, me dejó ver una realidad europea que nunca imaginamos, rodeada de pobreza y desesperanza. Entre El Perro Andaluz y Los Olvidados de Buñuel, me mostraron un mundo inédito y desconocido. Las películas de Monty Python y Terry Gillian cambiaron mi realidad, haciéndola más crítica quizás, pero también más analítica con un humor más ácido, pero más accesible .

La marca que el cine ha dejado en mí se metió onda en mi intelecto, en mi gusto y en mi comprensión del mundo, en mi forma de mirar las realidades, en mi forma de percibir los sentimientos y de juzgar los actos humanos. El séptimo arte, abrió un surco entre lo que me enseñaron a mirar mis mayores y lo que me enseñó a mirar el cine marcándome para siempre.

Carelia Rivas Pérez, Caripe.

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